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martes, 5 de julio de 2011

NADA ORIGINAL

Imagen: Jeringuillas en un descampado de San Blas. Miguel Gener.

(Dedicado a la memoria de los amigos ausentes)

Hoy he estado pensando en mi amigo, le llamaré Carlos. Carlos y yo nos conocimos hace tanto tiempo que he olvidado cómo fue. No importa.

Éramos tan jóvenes que me parece imposible. Nuestras vidas navegaban aún entre la infancia y lo que resultó ser la juventud. Nuestras voces cambiaban haciéndonos emitir unos gallos horribles mientras bebíamos las primeras cervezas o fumábamos el primer pitillo, escondidos, temiendo que alguien nos viera y se lo contara a nuestros viejos y que éstos cumplieran su amenaza de hacernos tragar el cigarro, encendido y todo, de un guantazo. Los primeros tragos del coñac robado en casa de la abuela. El primer rollo con una chica, los nervios, la excitación, sus pechos firmes, la suavidad de sus muslos… “No se lo cuentes a nadie”, las risas de los otros a los que, naturalmente, se lo había contado todo. El primer porro, sensaciones que el coñac y la cerveza no saben dar; la risa en el tiempo que se condensa y se estira como una goma o se derrite como en aquel cuadro de Dalí…

Crecimos, encontramos trabajos, novias, esposas, hijos. Años sin vernos, sabiendo por otros lo que es de nuestras vidas.

Carlos empezó a meterse en líos: pequeños robos, tráfico de hachís, una temporada en una clínica de desintoxicación… No hace mucho le pillaron con varios cientos de pastillas, una temporada en la cárcel…

Una historia nada original.

Cuando salió todo seguía igual, con esas pequeñas diferencias que nos hacen pensar que todo ha cambiado. Fue la última vez que le vi, estaba muy colgado. No paraba de beber y meterse de todo. “Así –me decía- no sé a lo que estoy enganchado”. Y se reía, el cabrón.

El tiempo continúa pasando, enmarcando los hechos. En este párrafo su cerebro no ha resistido. Ingreso en el hospital, algo sobre daños irreparables, situación irreversible y jerga médica. Nada original.


­­­­­­­­­­­­­­­­ Piensas en tu amigo y recuerdas aquellas tardes de hace un millón de años. Tantas batallas, el miedo y la risa. Lo ves ahora y querrías reventar, como los sesos de Carlos que te mira con esos ojos vacíos que te atraviesan sin verte mientras emite sonidos que se parecen vagamente a palabras.

Pero no revientas y un día sabes que sigues vivo y descubres que no quieres acabar como él. Consigues sobrevivir y te descubres pensando en cómo coño te has podido librar por tan poco.