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jueves, 15 de diciembre de 2011

UN CUENTO DE NAVIDAD (2ª PARTE)



En tan sólo dos semanas tenía el borrador sobre la mesa del señor Sanguino. El despacho era imponente, amplio, bien iluminado, estaba situado en la última planta y contaba con ascensor privado. La decoración no le gustaba, resultaba demasiado “kitsch” para alguien con tanto dinero. Esto le reafirmaba en su idea de que el dinero podrá comprar los mejores cuadros, o los muebles más caros, pero no puede comprar el gusto. El señor Sanguino era el típico ejemplo de “self-made-man”, el hombre hecho a sí mismo que, partiendo de unos orígenes humildes, había conseguido escalar hasta los puestos más altos.

Sonriendo con condescendencia mientras dejaba el guión sobre el escritorio de caoba, le dijo: “No está mal, pero nuestro público no quiere una obra tan… ¿cómo decirlo?, tan “dramática” – y subrayaba las comillas con un gesto de los dedos, siempre las subrayaba con ese odioso gesto – Verás, amigo Pablo, yo pensaba en una adaptación moderna, algo más ágil, algo así como una comedia, pero una comedia “actual”. ¿No te parece demasiado fuerte que el jefe de ese pobre diablo sea tan… “malo”? No sé, tú eres el creativo, busca algo más acorde con nuestro programa, algo que al público le guste ver.”

- Perdone, señor Sanguino, pero la obra de Dickens…

- Dickens, olvídate de ese escritor, tienes que crear, por algo eres un “creativo”, toma su idea, sí, pero no esclavices tu talento a lo que contó un viejo escritor del siglo no sé cuántos.

- Diecinueve, señor, es un escritor del siglo diecinueve, y no era tan viejo, cuando escribió “Cuento de Navidad” sólo tenía treinta y un años.

- Bueno, como sea, ¿crees que a nuestros espectadores les interesa lo que ocurría en no sé qué país en el siglo diecinueve?

- En Inglaterra, señor, la obra está ambientada en Inglaterra – la ignorancia de su jefe empezaba a sacarle de sus casillas, le costaba no perder la compostura, pero logró calmarse pensando en los regalos que compraría a sus hijos con el dinero extra que le iban a pagar por el encargo.

- Pues eso, ¿a quién puede importarle “a día de hoy” una historia como esa? No, querido muchacho, la gente quiere verse reflejada en las historias que se les ofrece, no sé, podrías ambientarlo en Andalucía, son tan cachondos los andaluces… podríamos contratar a ese dúo de humoristas para los papeles protagonistas… y que de pronto, salten con lo de “Joshuaaaaaa”, podemos hacer que el hijo enfermo de ese pobre diablo se llame Joshua, eh, muchacho ¿qué te parece? Muchacho, ¿me estás escuchando?

Pablo estaba mirando la librería que ocupaba la pared tras el escritorio del señor Sanguino, una de esas librerías de madera oscura que había rellenado con libros comprados al peso. La mirada se le había quedado pegada en el lomo de un libro grueso donde se leía en letras doradas: “CHARLES DICKENS’ COMPLETE WORKS”.

- Disculpe, señor, estaba admirando su librería…

- Ah, estos intelectuales y su afición por los libros. Anda, pasa y mira a gusto. Te decía que podríamos contratar a una pareja cómica para los papeles protagonistas – la mano derecha de Pablo voló hacia el volumen de las obras completas de Dickens la calva del señor Sanguino relucía indefensa - ¿conoces a ese dúo que te digo? Yo es que es verlos y no puedo parar de reír – la voz del señor Sanguino llegaba amortiguada por las palabras del joven escritor inglés: “MARLEY was dead, to begin with. There is no doubt whahtever about that(…).” Ah, sí, “Marley había muerto”, “muerto”, “muerto”.

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