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martes, 7 de febrero de 2012

HABITACIÓN 150

Imagen: Hospital Materno de Granada, en el blog: El mundo del terror y la ciencia ficción


Me despierto sobresaltado, la luz inunda la habitación 150. Es mediodía. He pasado casi toda la noche trabajando; los papeles permanecen sobre el pequeño escritorio. Siento el impulso de asegurarme que nadie ha tocado los informes.

Es un caso sencillo, tan sólo he de concretar los términos del contrato con el tipo de la constructora. La empresa sacará pingües beneficios con esta operación. Es un caso sencillo y, sin embargo, me siento extrañamente agitado.

Tengo que esperar al contacto en una cafetería cercana; vestirá de oscuro, lo reconoceré por el alfiler de corbata, una rara joya cuya descripción he aprendido de memoria: un pequeño rubí tallado en forma de corazón engarzado en un rombo de oro blanco y diamantes. Yo estaré sentado en una mesa reservada a nombre de Luis Jiménez; él se acercará y me dará la contraseña, entonces haremos el intercambio.

Me acerco a la mesa, el montón de legajos permanece intocado, o eso parece a simple vista. Me siento sin encender la lámpara flexo; la luz que entra por la ventana es suficiente. El informe de impacto ambiental ha desaparecido. Un sudor frío me hace temblar. Busco un cigarrillo olvidando que dejé de fumar hace un mes. Pulso un botón en la cabecera de la cama y pido que me suban un paquete de Marlboro.

Mientras espero repasaré los informes, por si se hubiera traspapelado. Siento un cosquilleo húmedo en las manos; sin ese informe no puede haber trato y la gente para la que trabajo no se anda con bromas, han invertido demasiado dinero en este asunto, además, hay un pez gordo de un ministerio metido en el ajo, uno de esos tipos que se asustan si algo no sale bien.

Puedo imaginar lo que me harán. Llevo el tiempo suficiente en esto para saberlo. Parecerá un accidente o un ajuste de cuentas entre bandas rivales; eso es lo de menos. Apareceré en un descampado cosido a puñaladas. Será un trabajo sucio, les gusta regodearse. Me atarán las manos a la espalda y empezarán a golpearme con puños de acero, después brillarán las navajas buscando órganos y arterias.

Empiezo a sentir el dolor de los golpes, la habitación gira ante mis ojos con cada puñetazo. Estoy mareado; ya no tengo el aguante de los viejos tiempos.

Abro los ojos. Es increíble, me he quedado dormido sobre el montón de informes. Aún faltan un par de horas para la cita, tengo tiempo de pensar. Si no me dolieran tanto los ojos sería más fácil concentrarme. Los cierro, aprieto los párpados hasta que la habitación se deshace en una oscuridad roja.

Se me ocurre que puedo acudir a la cita con los demás informes, no creo que el tipo de la constructora los compruebe allí mismo, puede que tenga tiempo de huir, pero ¿adónde? Esa gente tiene negocios por todo el mundo, no tardarían en encontrarme y entonces los puños, las navajas, o un artefacto en el coche.

No sentiré nada. Un ruido extraño en el motor al arrancar, algo casi inaudible y la explosión del amonal. La policía buscará a estos o aquellos terroristas y la Compañía quedará libre de sospechas. No será la primera vez.

Miro a mi alrededor. Me sorprenden las paredes desnudas, de un blanco cegador, es curioso que no me haya fijado antes. La cama es individual y no hay ningún mueble, salvo una pequeña mesa auxiliar sobre la que ya no veo las carpetas con los informes. Hay algo más, llevo puesto un pijama verde como los de los hospitales. ¿Es posible que esté en un hospital? ¿Cómo diablos habré llegado aquí?

Necesito fumar, ¿dónde se han metido los del servicio de habitaciones? Hace ya una hora que he pedido que me suban tabaco.

Dos golpes suaves en la puerta, ¡por fin! Cogeré los cigarrillos y no daré propina al botones, ha tardado demasiado.

Abro la puerta y en el marco se recorta la figura de un hombre alto, vestido con un traje oscuro. Mis ojos se clavan en un alfiler de corbata cuya descripción he aprendido de memoria.

- Soy el doctor Alonso – me dice mientras tiende la mano a modo de saludo. –Tiene que venir conmigo. Le he traído su ropa.

Algo dentro de mí se niega a seguirle. Es como si ese alfiler de corbata hubiera disparado todas las alarmas en mi cabeza. Sé que va a matarme.

Me vestiré mientras me apunta con un revólver calibre 9mm. Caminaré delante de él hasta el garaje donde subiremos a un utilitario blanco, o tal vez oscuro. Me pedirá que conduzca mientras me sigue apuntando y me indica por dónde he de ir. “Gire aquí a la derecha, siga recto hasta el próximo cruce, gire a la izquierda…” Me llevará a las afueras de esta ciudad que no conozco. Entraremos en alguna nave industrial abandonada y allí…

- ¿Cómo se encuentra, amigo? Menudo golpe. Su coche patinó por la lluvia y se fue a estrellar contra un muro. Me sorprende verle consciente. Su amigo está bien, sólo tuvo algún rasguño y una ligera contusión, insiste en verle a usted, ¿lo dejo pasar? Bien, pero no se esfuerce por hablar, no le conviene.

Entra un hombre de mediana estatura bien trajeado, dice algo a los dos que me sujetan y van tras él dejándome caer contra el suelo. Casi no puedo abrir los ojos, pero distingo al doctor Alonso sentado sobre una mesa al fondo de la sala. Sonríe con malicia mientras juega con un objeto metálico. Se acerca esgrimiendo el puño de acero.

- Vamos, habla o será peor para ti. ¿Qué has hecho con el informe de impacto ambiental? Vamos, no seas así, ¿sabes? yo te comprendo, querías más dinero. Es natural, todos queremos más, siempre más, es la base de los negocios. Pero te has equivocado, has mordido un pastel demasiado grande.

No le respondo, sé que no va a creer que he perdido esos malditos documentos. Levanta el puño americano, la escasa luz de la sala arranca violentos destellos al metal.

Abriré los ojos y estaré tumbado en una cama de hospital, en la habitación 150. El enfermero levantará una jeringuilla, la luz fluorescente brillará al chocar contra la aguja.

- Un poco de morfina. Te ayudará a dormir.

La droga entra en mis venas, llega rápida al cerebro. Es como si me hubieran golpeado la cabeza. Pierdo el conocimiento.

Sigo tumbado en el suelo de hormigón de un almacén abandonado. Alguien me ha echado un cubo de agua fría. El doctor Alonso acerca una silla y se sienta a mi lado.

- ¿Sabes el trastorno que nos has causado? Ahora podría estar en cualquier sitio, tomando el sol en un parque con mis hijos o follándome a una puta de mil euros y, en lugar de eso, estoy en esta mierda de almacén tratando de averiguar qué ha podido hacer un tipo como tú con un informe falsificado. Te envidio, lo digo en serio, para ti todo acabará pronto.

Tiene razón, la habitación irá perdiendo sus contornos y empezará a girar, fundiéndose en una espiral de tinieblas que me arrastrará con fuerza incontestable y ya no me importará nada de lo que puedan hacerme.

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