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jueves, 6 de diciembre de 2012

TARDE DE VERANO




            Era una de esas tardes de domingo en que uno sabe que lo mejor que puede hacer es quedarse en el sofá y dejar que el ventilador alivie algo el calor con una suave corriente de aire. Fuera, el sol castigaba el asfalto y los edificios parecían derretirse.
            Busqué en los cajones y logré reunir cinco euros en monedas de diez y veinte céntimos. Con el botín a buen recaudo en mi bolsillo, me dirigí a uno de los pocos videoclubes que aún sobreviven heroicamente en la ciudad, dispuesto a alquilar algo realmente bueno.

            El local estaba desierto; Álvaro, el encargado, luchaba contra el calor y el tedio bebiendo una Mahou y mirando una peli antigua en la pequeña pantalla que oculta bajo el mostrador.
            - Buenas.
            - Hola, vaya calor ¿eh?
            - Sí, parece que los edificios se derriten. Oye, ¿tienes algo bueno?
            - ¿Qué? –dijo mientras apretaba la pausa del mini-DVD- ¿una de esas tardes?
            - Sí, joder, una de esas. Oye, tengo ganas de tirarme en el sofá con una cerveza helada y, al menos, noventa minutos de entretenimiento “made in Hollywood”; así que dime si te ha llegado algo que merezca la pena.
            - Vaya, hoy no estás para sutilezas ¿eh?
            - No quiero perder el tiempo. Al menos en casa tengo un ventilador. Por cierto, ¿cuándo coño vas a arreglar el aire acondicionado?
            - Está bien, deja que mire el archivo de las curiosidades.

            Estuvo mirando durante cinco eternos minutos que aproveché para inspeccionar los clásicos que languidecían cubiertos de polvo en la estantería del fondo.
            Encontré una versión remasterizada de “Con faldas y a lo loco”; devolví la sonrisa a la cara de Marilyn que llenaba la carátula.
            -Me llevo esta.
            -Es una buena elección; la han remasterizado con las últimas técnicas de restauración de audio y video. Tío, la he visto y te juro que parecía que Marilyn quería salirse de la pantalla.
            -No necesitas venderme las virtudes de la cinta –atajé- Me la voy a llevar de todas formas.

            Pagué el alquiler del DVD y volví a la suave corriente de mi ventilador.
            Paré la peli para acercarme la segunda cerveza de la tarde. El fotograma elegido por la sed y el azar era un primer plano de Marilyn. Lo miré atentamente durante unos segundos. Creo que murmuré algo así como “ojalá fueras real” y fui a la cocina.
            Mientras abría la nevera, me pareció oír una voz familiar en el salón.
            -Mierda –mascullé con la boca llena de espuma de cerveza- ha saltado la pausa.
            Volví al salón. La cerveza resbaló de mi mano y una sensación difícil de describir se apoderó de todo mi ser.
            -Has derramado tu bebida –dijo Marilyn Monroe con la sonrisa más encantadora que el maestro Billy Wilder jamás pudo arrancarle para las cámaras.
            - Yo… tú… yo… eres… pero… -acerté a balbucear mientras mi boca se quedaba encajada en una apertura imposible. Ella se levantó del sofá, se acercó a mí con pasos cortos y me cerró la boca con su mano.
            -Pero… ¿cómo? Quiero decir… estoy encantado de conocerte, Marilyn.
            - Por favor, llámame Norma; vamos a ser amigos y los amigos se llaman por sus nombres reales ¿verdad? –y dijo mi nombre; el vértigo hizo girar el mundo hasta desvanecerlo, mientras las letras que me nombran rebotaban en sus dientes perfectos y resbalaban por sus labios carnosos y cálidos.
            -Norma. –pude articular después de varias eternidades de silencio estupefacto. Ella rió con un sonido cristalino y me pidió algo de beber. Preparé unos cócteles con la torpeza de un niño con párkinson. Brindamos y bebimos.
            -Norma –al repetir su nombre sentí como si un montón de gusanos hubieran culminado su metamorfosis en mi estómago.
            -¿Sí? –dijo mientras dejaba la copa sobre la mesa.
            -Yo… debes disculparme, pero, ¿cómo rayos has salido de la pantalla? ¿Estoy alucinando? ¿Eres real?
            -¿Por qué no me tocas y te convences? –susurró a mi oído con una voz de terciopelo y dejó caer un beso suave en el lóbulo de mi oreja izquierda. –En cuanto a lo de salir de la pantalla… Oh, bueno, es algo complicado pero creo que lo puedo resumir diciendo que te oí desear que fuera real y quise conocerte, algo en tu voz hizo que me fijara en ti. No creo que pueda explicarte, exactamente, cómo salí de ahí y me encontré aquí.
            Subrayó los adverbios de lugar con su dedo índice y una sublime expresión de asombro en los ojos.
            -Cielos –dije reprimiendo mi leguaje habitual –Eres realmente tú. Pero, –y me fijé en un detalle que, hasta entonces me había pasado inadvertido –vaya, estás en blanco y negro. No es que me moleste, pero me resulta extraño…
            -Claro, cielo, yo estaba en una peli en blanco y negro. No debería extrañarte tanto. En cambio, sí me noto la voz algo rara.
            -Sí, es por el doblaje; estás doblada, si no, no podría entenderte.
            -¿Doblada? Vaya, esto sí es raro. ¿No podrías hacer algo para que no sonara tan extraña?
            -Puedo poner el DVD en versión original.
            -Hazlo, por favor.
            Apreté el botón de idiomas y seleccioné “English”, sin embargo seguía en versión doblada. Aventuré una hipótesis.
            -Quizá, si saco la película y la vuelvo a poner, esta vez en versión original, podría solucionar lo de tu voz.
            -Inténtalo, por favor, no soporto hablar con una voz prestada.

            Saqué el disco y, al instante, la bella Norma Jean se desvaneció de mi lado. Volví a poner la película, encontré el fotograma exacto y apreté la pausa. Ahí estaba Marilyn, congelada en el preciso instante en que deseé que fuera real. Esta vez, en lugar de materializarse en mi sofá, permanecía atrapada en la pantalla. Me pareció advertir un gesto de resignación en sus ojos y, al volver a poner en marcha el DVD, creí ver que sus labios formaban las letras de mi nombre.
            No devolví la copia al video-club. A Álvaro le dije que la había perdido; tuve que aguantar sus reproches durante cuatro meses y pagar los veinte euros de multa.

            Cada vez que veo “Con faldas y a lo loco” me fijo en un primer plano de Marilyn Monroe, y le sonrío, deseando que Norma Jean vuelva alguna vez, para terminar el cóctel que dejamos a medias aquella tarde de verano.


           

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