Todas las obras literarias de este blog están registradas en Safe Creative

Safe Creative #1001120107579

lunes, 25 de febrero de 2013

LA MADRE VIRGEN

Imagen: Anunciación. Autor: Fra Angelico (1400-1455)


En la antigua ciudad de Nazaret, vivió en esos días, una joven virgen llamada María; se había casado con un carpintero que se llamaba José. Aún no vivían juntos y no se habían conocido carnalmente. Pero, he aquí que María se levantó una mañana muy temprano, con unas fuertes náuseas que la hicieron vomitar el desayuno; no le dio mucha importancia, pensó que los palominos escabechados de la cena le habían sentado mal.

    Con el tiempo, la tripa empezó a hinchársele y las gentes comenzaron a murmurar. Unas semanas antes de este acontecimiento, había llegado a Nazaret un apuesto criador de palomas a quien María compraba pichones que, escabechados, eran uno de los platos preferidos de la joven. Las malas lenguas empezaron a preguntarse cómo podía comprar pichones siendo pobre, como era.

    Mientras esto sucedía, José trabajaba en su taller. Era un hombre sencillo que nunca pensaba mal de nadie, pero tampoco era tan necio que no le llegaran las murmuraciones, por lo que empezó a sospechar que algo extraño estaba pasando; tuvo que considerar la posibilidad de repudiar en secreto a su joven esposa, para evitarle la vergüenza de andar en boca de las comadres; porque, aunque la amaba profundamente, no estaba dispuesto a criar al hijo de otro hombre.

    Así, un día que estaba terminando de barnizar una silla de madera de olivo, María apareció por allí con el almuerzo.

- Oye, María, dice la gente que estás embarazada y, como aún no hemos tenido conocimiento carnal y me aseguras que mantienes intacto el virgo, pues, no sé, chica, me extraña un poco, la verdad.

-¡La gente, la gente! -exclamó la joven esposa dejando el cesto sobre la mesa del taller- mira, José, mi Joselillo, puede que haya engordado un  poco, pero no creo que sea para tanto. A lo mejor estoy nerviosa por venirme a vivir contigo, ¿no has pensado en eso? Al fin y al cabo, soy virgen y me da temor eso del débito conyugal… De verdad, José, no pensé que fueras tan egoísta.

-Bueno, mujer, tampoco hay que enfadarse. Es verdad que la gente siempre está murmurando. Entonces, María, queridita mía, ¿me juras que no me has engañado?

-Te lo juro. ¡Ay!, estos hombres, qué caso hacéis de lo que dice la gente.

    José se dio por satisfecho con la explicación de María y no volvieron a tratar el tema. Pero el tiempo pasaba y a la esposa cada vez se le notaba más la tripa. Una noche, ya viviendo juntos, habían cenado pichones escabechados; José despertó sobresaltado al notar que, en la tripa de María, se había movido algo.

-Oye, María, ¿guisaste bien los pichones?
-Pues claro -contestó adormecida- ¿por qué lo preguntas?
-Juraría que uno no estaba bien cocinado y quería salir volando de tu vientre.
-No digas tonterías y duerme, mañana tienes que entregar esas baldas a Jeremías.

    A la mañana siguiente, José no fue al taller. Había dormido mal dando vueltas al asunto de los pichones. Cuando María volvió del mercado y lo vió cariacontecido en la puerta de la casa, supo que estaba perdida; José la repudiaría y sobre ella caerían, de golpe, el oprobio y la vergüenza. Tenía que pensar algo, y rápido.

-Tenemos que hablar, querido.
-¡Lo sabía! ¡Ese criador de palomas…!
-No es lo que crees, José, deja que te explique.
-Habla, mujer.
-Un día, estando yo en casa de mi madre, haciendo mi labor para el ajuar, se me apareció un ángel del Señor y me dijo: “Alégrate, pues Dios te ha elegido para engendrar a Su Hijo que salvará a la Humanidad del pecado.” ¿Cómo podía negarme yo, una pobre mujer, a cumplir la voluntad de nuestro Dios?

    José había escuchado acariciándose las barbas, pensativo. ¿Y si era verdad? Los milagros ocurrían, a veces… Él, José el carpinero, padre putativo del Hijo de Dios. Eso le daría prestigio, sería bueno para el negocio, quizá podría ampliarlo y contratar un aprendiz y atender los pedidos de las casas de los ricos y famosos, quizás, incluso le encargaran muebles para el palacio de Poncio Pilato.

-Está bien, María, chiquita mía, criaré al Hijo de Dios.
-No esperaba menos de ti, José, mi Joselillo. Anda, dame un beso.
-¿Qué has traído para el almuerzo?
-Pichones escabechados.

No hay comentarios: