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lunes, 1 de abril de 2013

UNA CUESTIÓN ESTÉTICA



       
           El sol castigaba con fuerza. Bajé al Metro. La estación llena de gente yendo y viniendo me hacía sentir seguro. Muy pronto me fijé en una chica de unos veinte o veinticinco años, vestía una falda por encima de las rodillas y una sencilla blusa a juego.
La seguí hasta el vagón y me senté frente a ella. Normalmente soy muy discreto pero, en aquel momento, me deleitaba el latido de su corazón que adivinaba cada vez más violento; fijé mis ojos en ella, quería que participara en la cacería, que supiera que la había elegido.
Sus manos volaban hasta su media melena de un color castaño oscuro, o jugueteaban con algún pliegue de la falda, con movimientos decididos, intentando ocultar su turbación.
 Las estaciones se sucedían entre intervalos de oscuridad; entraban y salían gabardinas con prisa, faldas coquetas y algún pantalón distraído. Al llegar a un nuevo andén, giró la cabeza y el pelo, al moverse, dejó al descubierto aquella cosa repugnante.
Aquella criatura, en apariencia perfecta, tenía una horrible verruga en el cuello. Bajó en la siguiente estación. Yo seguí sentado, lamentando el tiempo que había perdido siguiendo a una presa tan poco apetecible. Quizá me haya vuelto demasiado melindroso a la hora de escoger mi comida…

2 comentarios:

Señorita Uve dijo...

vaya, que tiquismiquis es este úpiro posmoderno :)

El Rey Peste dijo...

Es que el "Crepúsculo" ha hecho mucho daño, jaja.