La seguí hasta el vagón y me senté frente a ella. Normalmente soy muy
discreto pero, en aquel momento, me deleitaba el latido de su corazón que
adivinaba cada vez más violento; fijé mis ojos en ella, quería que participara
en la cacería, que supiera que la había elegido.
Sus manos volaban hasta su media melena de un color castaño oscuro, o
jugueteaban con algún pliegue de la falda, con movimientos decididos,
intentando ocultar su turbación.
Las estaciones se sucedían entre
intervalos de oscuridad; entraban y salían gabardinas con prisa, faldas
coquetas y algún pantalón distraído. Al llegar a un nuevo andén, giró la cabeza
y el pelo, al moverse, dejó al descubierto aquella cosa repugnante.
Aquella criatura, en apariencia perfecta, tenía una horrible verruga en
el cuello. Bajó en la siguiente estación. Yo seguí sentado, lamentando el
tiempo que había perdido siguiendo a una presa tan poco apetecible. Quizá me
haya vuelto demasiado melindroso a la hora de escoger mi comida…
2 comentarios:
vaya, que tiquismiquis es este úpiro posmoderno :)
Es que el "Crepúsculo" ha hecho mucho daño, jaja.
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