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jueves, 30 de diciembre de 2010

EL DEVORADOR DE SOMBRAS



Después de un largo camino, por fin estás en las tablas. Pica el maquillaje en la cara y en el estómago, una sensación de garras haciendo cosquillas por dentro.

Después de un largo camino, dejas de ser tú. La máscara se interpone entre el público invisible y tu propio rostro. No puedes verlo, pero es un monstruo de doscientas bocas, hambriento de todo lo que le puedas dar. No eres tú, desde luego, eres Hamlet, Lady Macbeth, Don Juan o un cura o un bufón o un loco… tal vez un asesino.

Las miradas de esas bocas se estrellan contra la máscara que ya no puede protegerte porque, a pesar del maquillaje, a pesar del disfraz, estás desnudo.

Las escenas vuelan, apenas te rozan y, sin embargo, dejan cicatrices tan profundas como esas marcas amarillas que deja el tiempo en los papeles. Debajo de la máscara sudas y tiemblas, el devorador de sombras se alimenta de tu miedo; tu cuerpo se deforma y el personaje posee cada uno de tus gestos. Hay dos monstruos alimentándose de ti, pobre actor desnudo ante miradas hambrientas.

Después de un fragmento de vida, se hace la luz en la platea. El monstruo que te devoraba se divide en cientos de rostros y manos.

En el camerino hace frío. Mientras te arrancas la máscara, saludas distraídamente a tus compañeros (todos han sufrido la misma metamorfosis). De pronto, desde el espejo, ese otro que has sido, te sonríe, no sabes si con malicia o complicidad. Quizá te da las gracias por prestarle tu voz o, tal vez, se burla de ti.

Después de un largo camino, sales al frío, subes el cuello de tu abrigo, pero te sientes desnudo; cualquier mirada, cualquier palabra podría destrozarte ahora como cristal.

Te sabes vulnerable y te refugias en un ego que no te pertenece. Sientes por dentro un vacío que lo llena todo y sólo esperas otro telón que suba. Porque, a pesar del miedo, de las cicatrices, de la agonía; a pesar del sudor frío que se te pega a los sueños, sabes que no puedes vivir sin el monstruo que devora tu sombra.

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