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jueves, 11 de agosto de 2011

CROSSROADS

En la imagen: Robert Johnson.


“(…) y se confundirán nuestros tiempos y la cronología se perderá en un orbe de símbolos.”

(Jorge Luis BORGES)

Ha dejado la casa. Camina vencido por lo irreductible de su viaje. La guitarra duerme en su funda.

Ha caminado, siempre cuesta arriba, hasta el cruce.

Sus botas conservan el polvo de mil y una historias. Conoce los lugares donde se reúnen los vagabundos; sabe la soledad del bourbon en los bares de carretera…

Ha caminado hasta esta encrucijada para comprar su historia a un vagabundo a cambio de los pocos dólares que le quedan.

Las seis de la tarde es la hora fijada; aún le queda tiempo. Enciende un cigarrillo bajo el cielo abrasante de agosto. Despierta las cuerdas de su guitarra y empieza a improvisar sobre una melodía que aprendió en New Orleans o, tal vez, en Memphis (ha andado tantos caminos como los que ha olvidado).

El vagabundo aparece a las seis en punto. Se dispone a guardar la guitarra pero le pide que siga tocando, no hay prisa. Hay algo extraño en aquel tipo. Viste, como él, un traje cansado y gruesas botas de campesino; pero cierto toque denuncia que no es quien pretende. “Bien, qué importa, tiene una historia”.

Le apremia para que hable. El vagabundo sonríe con misterio mientras unas urracas graznan rasgando el calor. Pide un cigarrillo. Mientras exhala el humo con una expresión de placer exagerado, comienza a desgranar su tragedia.

“Mi padre muerto se me apareció en las almenas; desde el infierno me exigía venganza. Su hermano lo había matado. Entonces Ofelia enloqueció y se arrojó al río. El agua la arrastraba hacia el fondo mientras cantaba su canción. Yo ya había enloquecido por aquel entonces o quizá ya había muerto.

Verás, mi hermano me echó un veneno en el oído mientras dormía en el jardín. Pero eso ya te lo he contado ¿verdad?

Mi madre se casó con el asesino de su marido y Ofelia había perdido la razón porque yo maté a su padre o quizá yo maté a mi hermano y me casé con mi madre…”

Algo olía a podrido en aquella encrucijada de Mississipi. ¿Quién era ese pobre demente que confundía nombres y hechos, mezclándolos como un tahúr la baraja para una partida alucinante?

Empezaba a sentirse mal; de pronto el aire se había enfriado. Dio media vuelta para buscar la chaqueta. Cuando se volvió hacia el vagabundo, sólo encontró el filtro del cigarrillo aplastado contra el suelo.

Coge la guitarra y comienza a improvisar sobre una melodía que aprendió en Sant Louis, o tal vez en Dinamarca cuando fue rey…

3 comentarios:

Ana Aneiros dijo...

¿puedo decir que es, sencillamente, genial? Pues lo digo: sencillamente genial.

ángel de cristal dijo...

Magnífico !!!

El Rey Peste dijo...

Pues, anonadado me quedo ante tan gratificantes comentarios.
Mi gratitud a ambas.